Desde Somos Acogida, una asociación del madrileño barrio de Hortaleza, luchan para buscar alternativas a los migrantes que se quedan «en la calle» cuando cumplen la mayoría de edad

Emilia Lozano tiene 69 años y un espíritu guerrero que, desde joven, le fuerza a luchar por diferentes causas sociales en Hortaleza, distrito madrileño donde ha vivido gran parte de su vida. Ya jubilada –y junto con su marido– se compró una casa más pequeña. «Está enfrente del centro de acogida, cuando la compramos ni me di cuenta», cuenta.

Paseaba continuamente con su perro en un parque que tiene cerca de casa, y fue en esos itinerarios cuando comenzó a conocer a diferentes jóvenes del Centro de Primera Acogida de Hortaleza. A pesar de que sus vecinos le recomendaban no hacerlo, Lozano seguía yendo a ese parque y relacionándose con aquellos chicos.

 

Emilia Lozano con los adolescentes del centro de acogida en las Navidades de 2019.

Entiende que algunas personas del barrio no tengan una buena opinión sobre los jóvenes migrantes, dice y cuenta que suelen estar en la calle desde las 10 de la mañana. Pero es que, explica, el centro les cierra las habitaciones desde las 16:00 h hasta las 23:00 h.

La peor parte la sufren aquellos que cumplen los 18 años. «No se les da ningún recurso, muchos se quedan en la calle», asegura Lozano.

Ella, después de conocer a algunos y establecer un vínculo con ellos, reconoce que robar es una de las opciones de algunos de los chicos para no pasar hambre. Para evitar estas situaciones, empezó a reunir a los vecinos del barrio para pedirles comida o sacos de dormir.

Estos encuentros finalmente derivaron en Somos Acogida, una asociación formada en 2019 con el objetivo de buscar alternativas habitacionales a los jóvenes migrantes que se quedan en la calle.

Cristina Fuentes, profesora de la Universidad Rey Juan Carlos y una de las autoras del informe Familia para la infancia migrante de la fundación porCausa, asegura que en nuestro país el sistema de acogidas de familia es prácticamente inexistente, y funciona más por iniciativas colaborativas o sociales, Como es el caso de la asociación de Hortaleza.

Este estudio pone en relieve que, a pesar de que la normativa establece que el sistema prioritario de acogida para los menores migrantes sean las familias, apenas se lleva a cabo. Además, Fuentes destaca la diferencia que existe entre comunidades autónomas: «Hay un trato desigual de cómo unas u otras bajan esa ley al terreno«.

Es duro concienciar a los ciudadanos cuando existe esa imagen preconcebida en torno a los jóvenes migrantes. Por este motivo, Lozano cuenta que una de las cosas que hace es pasear con ellos por el barrio.

«En principio te miran raro, pero luego cuando les van conociendo los propios vecinos te preguntan por los chicos», explica. Además, «los chavales siempre invitan a todos los vecinos a ir a los talleres» que realizan para darlos a conocer.

Predicar con el ejemplo

Lozano, como presidenta de la oenegé Somos Acogida, ya ha acogido a muchos jóvenes en su casa. «He visto a chicos maravillosos que, tras pasar dos meses en la calle, presentan un gran deterioro«, cuenta.

Todo el día en la calle, de un parque a otro, así pasan muchos de estos jóvenes el día en el barrio. Los inviernos se hacen más largos. Por eso, una tarde que Lozano les encontró en el parque, les invitó a tomar chocolate caliente en un bar. La dueña no les dejó entrar, por lo que indignada, decidió llevarlos a casa.

«Mi marido flipó cuando abrió la puerta y vio a un chico de Costa de Marfil de 2 metros, una chica de Bangladés y un marroquí», cuenta entre risas. Esto marcó un antes y un después en su vida, pues desde ese momento, los adolescentes empezaron a entrar en su casa. 

De igual modo, Fuentes resalta que los menores viven una situación muy complicada el día que cumplen 18 años. «Te llaman esa misma mañana del centro y te dicen que tienes que dejarlo», explica. Terminan en la calle a una edad en la que no estás preparado para esa situación.

En su lucha por encontrar una familia para cada uno de estos jóvenes, Lozano recuerda lo feliz que fue las Navidades de 2019 cuando muchos de ellos pasaron las fiestas en su casa. Ese fue el impulso que necesitó para, finalmente, crear la asociación.

Desde ese momento, empezó a ser capaz de conseguirles medios para que pudieran contactar con sus familias que se encontraban en su país de origen.

Y, así, se hizo un vínculo cada vez más grande, hasta que tomó la decisión de acoger al primer chico: se llamaba Mohammed y ese mismo año, después de Navidad, salió del centro de acogida al cumplir la mayoría de edad.

«Era un chico maravilloso y ese día iba a dormir en la calle», relata Lozano. Dice que salió corriendo a buscarle y no tardó en animarle a que subiera a casa a dormir. Estuvo 15 días hasta que le encontraron un piso de jóvenes extutelados en el que alojarse.

La Casa de la Solidaridad

Ese mismo verano, llevó a otro chico del centro de acogida, Soube Ture, a su pueblo, Puebla de Almoradiel (Castilla-La Mancha). Tras esta experiencia, su marido y ella decidieron iniciar un nuevo proyecto: La Casa de la Solidaridad.

A través de la radio local y con ayuda del ayuntamiento, consiguieron que una familia donase una casa. Y la reformaron con el apoyo de los vecinos de ese pequeño de poco más de cinco mil habitantes.

La vivienda tiene capacidad para ocho personas y actualmente viven seis. Lozano asegura que el pueblo está volcado con los jóvenes, y estos les ayudan y  trabajan de cualquier cosa, porque ahí «siempre hay un jornal que cobrar», cuenta.

La convivencia entre los chicos es excelente y se protegen entre ellos. Porque, a pesar de todo, desde la asociación también les advierten de que «no se metan en ningún lío cuando les miren mal o les insulten», explica la presidenta.

Gracias a esta iniciativa, algunos ya están tramitando su permiso de residencia por motivo de arraigo. Fuentes considera que es complicado introducirles dentro del mundo laboral porque, al no tener la documentación requerida, entran en una espiral de la que es difícil salir.

Por fin, un hogar

Lozano no lo duda ni un segundo: «Para acoger, te tiene que salir del corazón, del alma, no sabes lo que se les quiere». Con voz esperanzadora relata la gran alegría que les da a ellos la oportunidad de tener un hogar. Aunque la mayoría del tiempo no vivan contigo, eres su familia.

Para Fuentes, el beneficio social que da la acogida familiar no puede medirse. Las familias ganan afecto y apoyo. «Y los jóvenes tienen un tutelaje para la vida que dentro de los centros de acogida no se están dando correctamente», enfatiza.

Este beneficio social es el que recibe, sin duda, Lozano que, desde mayo, acoge los fines de semana a Christy, una haitiana con un pasado aterrador que llegó a su casa tras una charla y un café. La joven no tiene familia en su país de origen y, sin embargo, para Lozano es una más de la suya. «Y siempre lo será», resalta.

Además, Lozano cuenta que cree firmemente que si desde las instituciones tuvieran más ayuda, el número de familias de acogida crecería.

Lo mismo opina Fuentes, pues al no existir un sistema de acogida de personas migrantes independientemente de la edad, es difícil mejorar esto. Además, cuando nos referimos a infancia migrante, uno de los problemas es que primero, son vistos como migrantes y, por último, como niños. Por lo que no se les da la protección que deberían, «primero son menores, y hay que protegerlos como menores de edad«, enfatiza esta profesora.

No obstante, al cumplir la mayoría de edad, es más fácil que sean acogidos por familias voluntarias, como es el caso de Lozano. A veces, ella misma se siente egoísta porque piensa que hace su labor sólo pensando en el sufrimiento de los suyos. «Soy una mujer normal, que tiene tres hijos y tres nietas a las que quiero y si se tuvieran que ir por ahí me gustaría que les ayudasen», explica.

Tiene claro que quiere seguir dedicando su vida a que nadie sufra, y pide más ayuda por parte de las instituciones porque «para estos jóvenes lo más importante no son los grandes centros, sino las familias acogedoras», concluye.